jueves, 23 de diciembre de 2010

Hostotipaquillo, pueblo dormido en el tiempo, recién despierto de su letargo

¿Qué tal? es un gusto para mí darles a conocer un poquito de la historia del pueblo que me vio nacer y que a la par de mi crecimiento yo también lo he visto crecer.

De mi infancia lo recuerdo como un pueblo en el que lo que abundaba era tranquilidad (sólo rota por el mugido de una vaca, por el rebuzno de un burro, o por el pleito de unos chanchitos luchando por una cáscara de plátano). Para llegar a él había un camino de terracería en muy malas condiciones por cierto; le decían "la brecha" con una longitud aproximada de nueve kilómetros después de salir de la carretera Internacional.

Las calles, unas cuantas estaban empedradas, únicamente las principales y la de acceso, las demás eran de tierra y por supuesto no había drenaje, una de nuestras diversiones después de asistir a la escuela y de realizar nuestras labores obligadas era colgarnos de las camionetas o trocas que pasaban por las calles para pasearnos un poco, por las noches nuestros juegos favoritos  eran "los encantados" y "las escondidas", recuerdo que frecuentemente se iba la luz cosa que los hacía más divertidos.  

Había una sola corrida de camiones al día,  llegaba a las tres de la tarde más o menos,  para los chicos del pueblo esa hora era como una especie de competencia, era el momento de demostrar las habilidades para elegir  a los pasajeros que traían bultos o maletas y que considerábamos nos darían más propina por ayudarles a cargarlos hasta su casa o al lugar que fuera; más tarde venía el reencuentro, era divertido de repente ver la cara de frustación o escuchar los calificativos que otorgaban a sus contratantes
los que no fueron muy afortunados en la elección.

La temporada de lluvias era la que  más hermosa me parecía,  el caudal de los arroyos, lo verde de los campos, el olor de la tierra, los taquitos paseados, el surgimiento en los llanos de azucenas y tempranillas que los hacían lucir como cuadros pintados por el mejor artista, era el pretexto ideal de nuestros padres para organizar fabulosos días de campo.

Las actividades propias en la década de los sesentas y setentas, la de mayor auge era la minería concretamente el ópalo que por cierto trajo excelentes beneficios a los que se hicieron expertos en su búsqueda y comercialización, después la ganadería y la agricultura que desde tiempos remotos han sido el sostén del pueblo.

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